Cuentan los vecinos del famoso barrio de San Blas de la ciudad del Cusco, que en el año 1950 había muchas tiendas y algunas cafeterías en la plaza mayor del Cusco quienes atendían cotidianamente.
Una vez un hombre entro a una de las cafeterías de la plaza de armas para pedir a los dueños algo de comer ya que el hombre no contaba con dinero, en una de ellas lo botaron y le dijeron que nunca vuelva que en ese lugar no se daban limosnas a los mendigos.
Cuando entró a otra de las cafeterías una señora lo hizo pasar amablemente le dio de comer y también embolsó un poco más de comida para que el hombre lo llevara consigo. Muy agradecido el hombre bendijo la cafetería y partió enseguida.
Se le podía ver todavía a lo lejos cuando de pronto sonrió y desapareció como por arte de magia, la señora se quedó callada por varios minutos ya que la persona quien había pedido su ayuda era el mismo Dios, quien había venido a advertirles de un suceso que quedaría en la historia hasta el día de hoy.
De pronto el domingo 21 de mayo de 1950 la tierra empezó a estremecerse, el sismo fue de una magnitud de 6.0 grados en la escala de Richter, causo la destrucción total de la ciudad y también se hicieron grietas en la tierra de 10 a 50 metros, las zonas más afectadas fueron los barrios de Belén y Santiago.
Entonces la cafetería que trato mal al hombre se destruyó por completo, logrando escapar el dueño. De pronto la tierra se abrió y se lo trago por completo. Por otro lado la otra cafetería quedo intacta con algunos daños superficiales.
Mientras que toda la ciudad estaba en escombros, la Catedral, la Compañía de Jesús y las viviendas estaban tapadas con un manto de polvo y la gente corría de un lugar a otro desesperada. Unos reían a carcajadas, otros lloraban, otros estaban arrodillados. Era un espectáculo de pesadilla.
En este suceso murieron más de mil personas y muchas más quedaron damnificadas. La plaza de armas se convirtió en un alberque. Muchas personas se quedaron ahí rezando y orando para que toda la tragedia terminara.
Es aquí donde indios, mestizos, señores y esclavos se juntaron para rendirle sus plegarias al señor de los temblores, quien intercedió por ellos y la calma regresaba lentamente a la ciudad del Cusco.