La santidad del mercado, santurantikuy
Un mercado pulula en la Plaza de Armas hoy. Es la víspera de navidad y la gente busca un último camello, un niño Jesús nuevo, o aun hiedra, todo para su nacimiento.
Estas escenas del nacimiento del niño dios son muy importantes en la vida de los cusqueños. El mercado de hoy nos enseña esos valores. Se llama santurantikuy, es decir comprarse santos. Entre los puestos encontrarás todo lo que se necesita para su niño Jesús, llamado aquí Manuelito, tanto como otras imágenes, incienso, muchas artesanías, y la miniaturas que se precisan para que tus deseos encuentren el futuro de tener lo que desees.
Es más, sin embargo. El acto de intercambio, de comprar en sí, es importante. Se relaciona con los otros intercambios que componen la vida en el Cusco y que se celebran. Como resultado, podemos indicar que el mercado en si es un lugar sagrado. No es simplemente un preámbulo material a la noche santa del nacimiento de Jesús. En si es sagrado.
Mediante el comprar la gente consigue lo que necesitan para vivir y en este caso para interactuar con el niño Jesús. Las transacciones de ver, querer, levantar, mirar, hablar con el vendedor, es decir con el casero o casera quienes son centrales en la vida cusqueña, tanto como al final dar dinero y llevar la compra para la casa, son todas claves para comprender que es vivir en la ciudad imperial.
No es solamente la compra, como en el capitalismo. Es el deseo que se hace realidad en una relación con alguien. Por ella se obtiene lo que se necesita, y se celebra en el acto de dar dinero, o en otro momento intercambiar vasos de chicha o cerveza. El dinero actualiza lo que ya estuvo implícito en la construcción de una relación.
El santurantikuy es una de las grandes celebraciones del Cusco. Mientras avance el día, haya lluvia o sol, la plaza se colmara de gente. Parecerá que casi todos de la ciudad han venido en algún momento u otro. Mirarán, pasearán, y muchas veces comprarán. También compraran, sobre todo los anticuchos cociéndose sobre las brasas en una esquina de la plaza. El perfume de estas brochetas de carne sobre la parrilla y del aceite y condimentos que se les aplica seguidamente, satura el aire y abre el apetito.
No es tan diferente este perfume del deseo que trae la gente a la plaza: el deseo de ser, amar, formar parte de, y de tener relación el uno con el otro y así con el divino. Es navidad, y esto es su espíritu.